martes, 16 de febrero de 2010

Fallo del V Certamen de Cartas de Amor

Una vez reunido el jurado del V Certamen de Cartas de Amor, organizado por la Universidad Popular de Villanueva de la Serena y tras deliberación de los miembros de este, han fallado que las cartas premiadas son las siguientes:
  • 1º Premio: "El trébol de cuatro hojas". Autora: Mª José Lozano Gómez de Cádiz.
  • 2º Premio: "Tacoma trailer". Autora: Rosa Aliaga Ibáñez de Madrid
Carta premiada con segundo premio.

TACOMA TRAILER

“¿Te parece bien que te quiera nada más que una semana?”

Sin quitarme el abrigo rojo, enciendo como todas las mañanas el ordenador. Tengo los dedos fríos, mis movimientos son lentos. Otra noche que no dormí bien. La mesa sigue desordenada con cientos de papeles que esperan mi atención, pero mi interés se centra en tu ciudad y en el tiempo que hará esta mañana a la que tú todavía no te has incorporado y que yo ya estoy gastando con desgana. El cierzo te molestará cuando cojas tu moto, pero al contrario que aquí el sol brillará salvaje. Te imagino yendo a trabajar con una velocidad moderada y rutinaria. Tu cuerpo orgulloso y enjuto hinchado de mediocridad. El crujir de las hojas mezclado con el ruido del tubo de escape y algunos fragmentos de aquella ilusión desbrozada por la precisión de tu cobardía.

La niebla envuelve mi ciudad al amanecer y así será a lo largo de la semana. No importa, los 300 kilómetros de tu apatía me han dejado fuera de cobertura por un tiempo, las ganas no me pesan y la tristeza es mi penumbra continua. Y la distancia ¿sabes? Es como el viento ese de tu ciudad que apaga un fuego pequeño pero aumenta el grande. Mi llama está quemándome el alma. No te puedo incendiar con una hoguera de amor calcinado. Y el silencio….

Leo también un horóscopo que es el tuyo pero que no sé si refleja tu pensamiento. Dice que una vez ordenes tus sentimientos, tus armas de persuasión serán irresistibles. Miro el móvil que sigue huérfano de noticias. Sigo aparcada en doble fila esperándote y el guardia de mi dignidad me está destrozando con multas que engrosan mi decepción.

Me viene a la memoria la única noche que descansé en tu cama. Me preguntaste como definiría el amor. Me vino a la cabeza una estúpida película americana de la que ni siquiera recuerdo el título. En ella, la protagonista sube por primera vez con su novio a un avión. Él le dice que ese viaje es especial, porque en el trayecto pasarán por las montañas del Colorado y las vistas son espectaculares. Sin dejarle elegir, él coge el asiento de ventanilla. Cuando están sobrevolando las cimas él comienza a celebrar la panorámica. Ella apenas lo puede apreciar pues su asiento está separado de la ventana y él no hace por cambiárselo. Las lágrimas de ella caen coronando los riscos del egoísmo de él.

Yo quiero que te mueras de ganas y me enseñes todas las montañas del Colorado te dije mientras paseaba juguetona los dedos por tus costillas.

Tú te levantaste de la cama y pusiste un CD, era un tema de Leonard Cohen: Tacoma Trailer era tu definición de amor

No hablaste de nuestra historia. Nunca definías tus sentimientos de forma generosa. Vivíamos una aventura que se esbozaba pequeñita para una canción tan bella. Tacoma Trailer sonaba melancólica como una sirena de alarma, mientras la distancia que nos separaba se recorría con una palabra corta que en mayúsculas y dulcemente impregnaba el adiós.

Llegó el momento de enseñarme tus montañas. Durante aquellas noches extraordinarias me hablaste de aquel lugar, de lo feliz que te hacía, de todo lo que me querías enseñar, pero el asiento de espectadora que me asignabas era demasiado humillante. No tuve valor para tirarme al vacío desde un avión sin vistas.

El murmullo de mis quejas me deshacía. El ronroneo de mis súplicas no te hizo dudar.

No hay mensajes en el contestador que digan “si estuvieras aquí, las montañas se desnudarían para nosotros”

He decidido que no quiero ver más cordilleras. Recortan los retazos de cielo y las esperanzas. No hay cables que se tiendan como pasarelas para no despeñarse en una improvisada huída.

He creado un trailer con los recuerdos de la película que me imaginé. En él como en el poema de Desnos había una vez (tal vez sólo una vez) una mujer y un hombre que se amaban. Habitaba en ese lugar el aliento amable de tu noche. Paseaba tranquila entre todas tus imágenes y dormía en una cama que vertía un deseo destinado sólo a mí, cine de sábanas blancas para adultos…. sin esfuerzo vuelvo a encontrar lo que amé en ti. Se llama Tacoma. Tiene la impresionante forma de las montañas del Colorado y todo mi amor.



Carta ganadora:


EL TRÉBOL DE CUATRO HOJAS.

Adorada Isabel:

Hoy he vuelto a nuestro pueblo. Nada ha cambiado. Llovía incesantemente y he sentido en mi rostro el sabor del aire limpio y el olor de la tierra mojada. Sin aliento y sin vida he caminado por empinadas y angostas callejuelas para llegar hasta la iglesia y volver a imaginarme contigo… amándote en silencio en la misa de los domingos, embriagándome de tu aroma a romero y aliño de aceitunas frente a Jesús Nazareno. Tus negros ojos traspasaban el enlutado velo de encaje, culpables por imaginar momentos de pasión secreta que nunca llegarían.

Debo reconocer que la tierra donde uno nace alberga la ternura de los recuerdos y la esencia del aroma de la juventud, pero mi alma envejece a cada paso cuando me acerco a tu portal, el número 7. Frente a él, contemplando el cartel de “SE VENDE”, con la llave en la mano temblorosa, me siento perdida en la nada, en un escenario vacío donde soy la única protagonista de este monólogo de tragicomedia.

Mi cuerpo enjuto se ha estremecido con el olor del jazmín de tu patio. Mis manos han temblado al rozar la puerta de tu casa. Mis ojos han sangrado al contemplar a través de la ventana la mesa camilla donde se daban citas de café de media tarde entre picón y lujuria, con caricias furtivas bajo el caliente terciopelo. He visto la foto de tu boda en la pared de cal desconchada… y he recordado con asco las carcajadas de tu esposo en la pestilente taberna de la esquina; esa risa ajena al dolor del que nunca ha amado y nada ha perdido, del que a golpes deshojó la juventud de mi rosa idolatrada. Me suplicaste que nunca contara nuestro secreto, y yo te lo prometí, pero ¡qué difícil es tragarme las palabras escuchando en mi cabeza una y otra vez el retumbar lejano de la risa de esa bestia yacente que no derramó ni una sola lágrima por ti¡.

Al entrar en la casa, un escalofrío ha nublado y mi conciencia. ¡Qué fácil es recordar esos detalles, esos momentos imperceptibles que la realidad cotidiana nos regala y son atesorados como pequeñas reliquias del alma…¡ Te he recordado sonriente con el delantal de lunares podando los rosales, agachada buscando entre las malas hierbas un trébol de cuatro hojas que nunca encontraste. He creído escucharte cantando copla de rodillas, restregando las baldosas desgastadas. Me ha parecido oír en la vieja radio un serial de telenovela inacabable y he robado nuestras fotos amarillas del álbum familiar. Aún percibo en el horno de leña el olor a bollos de matalahúga que tú amasabas por Semana Santa.”Le voy a dar una docena a doña Pura porque está muy sola, la pobre”, le decías a tu marido, al que poco le importaba lo que hicieras. Convertías lo cotidiano en lo extraordinario de cada día.

¿Sabes lo increíble de todo esto?, que no sé cómo ni cuándo nació el sentimiento. Pasaste de ser mi vecina a mi amiga, de amiga a amante, de sueño a realidad. Cuantas más piedras encontrábamos en el camino, más deseaba seguir caminando contigo. Cada hora a tu lado duraba un segundo, y cada segundo sin ti… una eternidad. No necesitabas decirme “te quiero” porque me lo demostrarte el resto de tu vida: con tus rosquillas de anís y limón, con tu caldo de puchero cuando estaba enferma, con las novelas de Corín Tellado que me prestabas, con los golpes de “tu amado” que soportabas, con las bufandas que me tejías, con los besos que cada noche dabas a mi foto escondida en el cajón de las sábanas. Al principio me pedías que te olvidara pero, ¿alguna vez olvida el reo lo que es la libertad? ¿puede prescindir la tímida hoja de la luz que la alimenta? Comprendías mis gestos, mis miradas más sutiles, reías con mi risa y llorabas al reflejarte en la aflicción de mi alma. Hay quien dijo que “el amor es una bellísima flor, pero hay que tener el coraje de ir a recogerla al borde de un precipicio”. Ese coraje te faltaba y ofrecer amistad a quien pide amor es como dar pan al que muere de sed.

Lo siento amor, me pediste silencio, pero como apostilló Alejandro Dumas, “cuando el amor desenfrenado entra en el corazón, va royendo todos los demás sentimientos; vive a expensas del honor, de la fe y de la palabra dada”. Por eso, he sucumbido y he gritado tan fuerte tu nombre que lo han aprendido las hortensias marchitas que plantaste en Primavera, y el polvo del retrato de tu mesilla marcado con mi carmín. Lo ha repetido el viento acariciando los trigales, y lo murmura el lecho del río por el que paseábamos, desnudo de tu compañía. Lo ha escuchado don Nemesio, el párroco, que con la cabeza agachada me ha dado la absolución a cambio de mil rosarios. He gritado al mundo que me amaste y las viejas enlutadas me han mirado sin duda murmurando que estoy loca mientras se atusaban el rodete. Viven en paz con la miseria propia y en guerra con la de los demás, se ríen de mi moderno atuendo de ciudad: “¿De qué se ha disfrazado Pura?”, susurran inquisidoras sin comprender que es ahora cuando no tengo disfraz porque he cortado los espinos que encerraban las veredas de mis prejuicios. Gracias a Dios, los tiempos han cambiado, aunque en esta casa cerrada parece que los años no han pasado.

Tiéndeme tus huesudas manos para amarte a plena luz del día en otro mundo y consumar un amor que nunca fue más allá de besos furtivos camuflados de amistad. Dulcifica en mis labios el amargor del último beso. En mi cama vacía protagonizas sueños que hilvanan fantasías teñidas de ternura y lujuria. Te imagino joven y desnuda, jadeando al abrigo de la noche entre tu ensortijada melena y tu inocencia eterna. Escalo entre tus pechos blancos, explorando cada rincón prohibido y llego al éxtasis ficticio de lo perdido.

Quiero explicarte que hoy he venido hasta aquí para traerte un trébol de cuatro hojas que apareció en una maceta de mi terraza. No quiero ser cínica, pero lo encontré el mismo día que vi la esquela de “la bestia” en el periódico. Lo he sembrado entre tus rosales y lo he regado con mis lágrimas. Dentro del álbum polvoriento te he dejado esta carta, y encima de la mesa camilla un ramito de violetas. Préndelas en tu pecho de ángel y no olvides el día que por primera vez me dijiste “te quiero” mientras sonaba en la radio de madera aquella eterna canción de Cecilia que pronto hicimos nuestra. Ahora todos sabrán quién te escribía versos y te enviaba flores por primavera y cada nueve de Noviembre, como siempre sin tarjeta…te mandaba un ramito de violetas.

Sólo quiero que mires a tu alrededor. Esta mañana llovía, pero ahora el cielo es azul… como mis ojos. Y es que, bien temprano quiso una nube al verme saber por qué lloraba. Dejó caer una gota y al mezclarse con mis lágrimas comprendió qué siente un alma enamorada. La desdichada nube decidió marchar a otras tierras para llover (o llorar) muerta de pena y callada. ¡No sabía qué se siente… al perder a quien se ama!


Desde la Universidad Popular de Villanueva de la Serena queremos agradecer a todos los participantes del V Certamen de Cartas de Amor su contribución a este evento y animarles para los años venideros. Decir que las cartas recibidas procedían de toda la geografía española y como dato significativo comentar que hemos tenido una de las cartas desde Chile. ENHORABUENA a tod@s y hasta el año que viene.




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