miércoles, 15 de febrero de 2012

Chema Pizarro dio a conocer los ganadores




En una pequeña gala amenizada por el monologuista, Chema Pizarro, se dieron a conocer los ganadores del VII Certamen de Cartas de Amor, organizado por la Universidad Popular del Excelentisimo Ayuntamiento de Villanueva de la Serena. El resultado fue el siguiente:


Se adjudica el PRIMER PREMIO a:

  • Obra: No es justo!!
  • Autor: Juan Luis Rincón Ares
  • Seudónimo: Tazacorte
  • Ciudad: El Puerto de Santa María (Cádiz)

Se adjudica el SEGUNDO PREMIO a:

  • Obra: Buscarte en el segundo cero
  • Autor: Amando García Nuño
  • Seudónimo: Martín de Arranz
  • Ciudad: Madrid

A continuación transcribimos las obras premiadas y mandamos nuestra más sincera felicitación a todos/as los/as participantes y en especial a los ganadores.


1º Premio:

¡¡¡ No es justo!!!

Por Tazacorte


¡¡Ay, amor, como polvo de estrellas!!

¡¡Ay amor que derriba fronteras!!

(Víctor Manuel)

Que cuando el amor no es locura,

no es amor

(P. Calderón de la Barca)


IES La Arboleda Perdida

Departamento de Historia.

Curso: 2° Bachillerato Grupo: 2°C

Recuperación del Tema I : LAS RAÍCES HISTÓRICAS DE LA ESPAÑA CONTEMPORÁNEA.

Alumn@: Juan Carlos Romero Vaca

Tutora: Dña. Amalia Marfil Gómez de la Lastra.


1.-

No es justo, Amalia, no es justo. A ver como te resumo yo esto. Yo también tenía hasta este curso el mejor expediente de mi clase, qué digo de mi clase, de todo el instituto como tú lo tuviste. Yo también tenía la mejor media académica para poder escoger la carrera que me diera la gana, cómo tú la tenías antes de que te decidieras a hacer Historia a pesar de la brillantez de tu expediente, en contra de la opinión de tus padres y la de todo el claustro que, según soltaste un día en clase, querían que hicieras, por lo menos, Derecho. Eras una institución, un icono en el instituto.

Cuando terminabas el Bachillerato yo empezaba la ESO: tú, plena, con tus camisetas de rayas, tu rebelde melena pelirroja, el inalcanzable archipiélago de las pecas de tu rostro: en suma, tus deslumbrantes dieciocho; yo, pequeño, invisible, con mi voz de pito, mi carpeta con el escudo del Cádiz, un macizo, qué digo, una cordillera de purulentos granos de mi frente, mis hormonados trece años en fin - y aunque nos separaban en los recreos yo te veía entrar y salir y.... no es justo, Amalia, no es justo. No es justo que porque tú, al primer intento, hayas conseguido tu sueño de volver, aunque sea de interina, al instituto a enseñar Historia, yo tenga que renunciar a los míos porque me es imposible pasar del tres con treinta en ninguno de los controles que he tenido que realizar de tu asignatura.

Y no sólo es eso. Por si no tenía bastante con la vitola de empollón que he soportado desde hace seis años – en Primaria era otra cosa - además ya han empezado los codazos y las risitas en clase, cuando hasta los amigos más cercanos me ven atropellarme, azorarme al verte entrar a primera hora o por el contrario cuando me quedo mudo, casi siempre al final de la mañana, atrapado – “cierra la boca abierta, baboso...” , me dicen – en el “baile sensual del bermejal de tus tirabuzones”. Y es que cuando mi amiga Vane - mi única confidente en este tema- me llama cursi, repipi, redicho, debe tener hasta razón.

Menos mal que nunca has querido agregarme en el Facebook, de la misma manera que ignoraste las trescientas doce invitaciones que te envié para hacerme amigo tuyo en el Tuenti a lo largo de tu estancia en el instituto. Te lo cuento porque en el Facebook – el Tuenti ya no lo utilizo - empiezan a circular las crónicas malvadas de mis fugas “...a Babia persiguiendo la estela de la señorita Zanahoria”. No es cosa mía, te lo juro, te llaman así. En el Bachillerato ya eras “Barbie Zanahoria”, ahora sólo has subido grados en el tratamiento honorario.

Yo me enamoré de ti durante mi primer día de Secundaria y desde el segundo trimestre de mi primer curso dejé de esperar a Vane y a Ivan –eternos novios con los que compartí las idas y venidas al colegio de Primaria- y me iba a esperarte en las cercanías de tu portal. Siempre has vivido tan cerca de mi que esa persistente ignorancia tuya de mi vida y de mi presencia me parecía y me parece bárbaramente injusta, desproporcionada, casi ilegal. Desde allí te acompañaba en la distancia, siempre invisible, siempre por detrás y en mi soledad romántica te contaba “para mis adentros” mis planes de futuro. Vane me decía que a las chicas os gustan los hombres mayores pero yo estaba seguro que cinco años de diferencia serían pocos cuando dejáramos el instituto y tropezáramos – estaba seguro que nuestras mentes brillantes, geniales, terminarían por atraerse - en la Universidad, por ejemplo. Pero tú cogiste una carrera corta y volviste al instituto ya de profesora con una rapidez que destrozó mis expectativas y ... no es justo, Amalia, no es justo.

No doy una en este curso y es por tu culpa, Amalia y no es justo. Y lo peor, tu asignatura. Es abrir el libro de Historia para estudiar y se me va el sentido detrás de ti. No importa la época o la cronología que estudie, allí te me apareces haciendo imposible cualquier intento de concentración. Te imagino, paleolítica tú, en la cueva ancestral, decorando Altamira con imágenes mías en las que cazo para ti el mayor de los bisontes para que te hagas el más sexy de los taparrabos y se me borran en el acto los miles de años, las ubicaciones de los yacimientos o los nombres de las herramientas. O irrumpes furtiva con plumajes y pedrerías en la corte inca - ¿una india con tu panocha incendiaria?- destrozando mis reglas nemotécnicas cultivadas curso tras curso, mis intentos de organizar en la memoria dinastías, batallas, rutas, fechas... o te transformas en la amante preferida del emperador francés– que suelo ser yo – y que lo arrastra a las más absoluta de las desesperaciones, a la pérdida de un imperio y ...al suspenso de una evaluación , la selectividad y al fracaso vital.

2.-

Para crisis, la mía. Ni 15M, ni Cortes de Cádiz, ni nada. Me ha costado mucho decidirme. Al final he tenido que esperar a la recuperación – mi primera vez - y venir a la última fila de la clase, entre los más ceporros, para tener cierta tranquilidad a la hora de redactar y explicarte las razones de mi fracaso en tu asignatura sin que sospeche siquiera que puedes asomar la nariz a mi carta mientras la escribo. Me moriría de vergüenza si sintiera el navajazo de tus ojos azules volando sobre mi espalda, asomándote a mi texto y bebiendo mis palabras de amor mientras van naciendo. Tampoco puedo hablar de esto con mi tutor, José Luis, el de Lengua, entre otras cosas porque le he visto hacerte “ojitos” en la cafetería. ¡Cuidado con él! Hace lo mismo con el resto de las profesoras y con algunas de las alumnas. Por eso quemo este mi último cartucho. Sé que en esta prueba no te he contado nada de las raíces de la crisis ni del 15M ni de nada. ( Por cierto, vaya preguntitas os habéis sacado de la manga: el Ceporro’s Club que tengo alrededor os anda maldiciendo en arameo. Auguro que el grupo de Facebook creado por tus detractores más furibundos “Yo también tiraría a la Señorita Zanahoria en un comedero de conejos” va estar calentito esta tarde.) Sé que merezco un MD como una catedral. No apelo a tu profesionalidad sino a tu corazón. ¿Nunca te has enamorado así, hasta jugarte la cabeza, la dignidad y el futuro, como yo lo estoy de ti? No sabes lo que te pierdes. No cambio ni un gramo de mi sentimiento - a pesar de que sea injusto, a pesar de que duela...- por un SF en Historia o por una décima más en Selectividad. La única MH – matrícula de honor- que me ilusiona es que esta carta consiga mover un poquito tu corazón y me concedas otra oportunidad de examen. Pero quiero que examines a mí no a mi memoria ni a mis nervios, celos, saberes o carencias. Quiero invitarte a dar un paseo - no me llega para cena, ni siquiera para cines o copas - , un paseo largo por el parque más lejano al que se pueda llegar con un bonobús y una mañana libre. Un parque donde nadie nos conozca, donde tú no seas ni la señorita A. Marfil, ni la Zanahoria, ni siquiera seas profesora ni yo sea cinco años menor que tú ni tu alumno más perjudicado ni... Pasear, charlar, reír y contarte las muchas sombras y las pocas luces – alguna si que hubo - de mis cinco años de amor secreto, estrenar contigo mis dieciocho recién cumplidos en Enero. Fíjate además, en qué fecha has puesto la recuperación. Si esto no es una señal, qué digo una señal, una invitación a la aventura, tú me dirás. Si no te atreves, no puedes o no quieres a concederme eso... ¿podrías gestionarme de manera discreta un cambio de grupo?

Juan Carlos Romero Vaca

2° de Bachillerato C

14 de Febrero de 2012.


2º Premio

BUSCARTE EN EL SEGUNDO CERO

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Tres horas y cuarto, aproximadamente. Tres horas y cuarto para que leas esta carta de despedida. Tres horas y cuarto, lo tengo calculado con la certidumbre horaria de los condenados cuando, en la madrugada, cuentan hacia atrás los minutos que les separan del cadalso. Tres horas y cuarto para que, a la vuelta de una jornada laboral tan anodina como las demás, encuentres la casa vacía y estos tristes folios sobre la mesa del salón. La misma mesa, recuerdas, claro, que fuera el regalo de boda de tus padres, donde ahora te escribo, acompañado por una pálida columna de humo errante que huye de la punta del cigarrillo sin fumar. Cuántas veces ha sido nuestra única compañía, el humo del tabaco, la única presencia viva en nuestras divergentes existencias. A medida que se va apagando la hoguera de los sentimientos tendemos a sustituirla por un rojizo rescoldo de brasas envasadas y ausentes. A medida, lo sabes bien, que se va cubriendo de hojarasca el arbusto del amor, a medida que se secan las raíces que enlazan las almas bajo tierra, dejando al descubierto unos tallos sentenciados a la podredumbre, lo vamos sustituyendo por plantas de invernadero, aparentemente vivas pero ajenas, de ésas que sólo se riegan con agua. Así, sin darnos cuenta, fuimos nosotros iniciando el descenso por las laderas de hastío, fuimos nosotros convirtiéndonos en tú y yo. Hasta hoy.

Dos horas veintisiete para la ceremonia del adiós. Con esa puntualidad tuya, que tanto me irrita cuando me la restriegas con los guantes del desprecio, abrirás la puerta del garaje desde el mando a distancia, anunciando tu retorno. A veces pienso, ya sabes, veleidades de escritor ocioso ante el ordenador mudo, a veces pienso que nuestras vidas, todas, deberían venir con mando a distancia instalado. Un mando donde pudiéramos, además de deslizarnos por el play de la rutina, poner las emociones en pausa, revivir a cámara lenta los instantes de dicha, avanzar vertiginosamente por las épocas de tempestad y odio, hacer stop antes del derrumbe inevitable. Pero sobre todo, rebobinar. Deslizarse a la inversa del tiempo que carcome el cariño, hasta descubrir en qué momento perdimos el rumbo, donde equivocamos el sendero, o simplemente se nos cubrió de lodos el camino. Rebobinar para ensayar de nuevo, científicos novatos del amor, fórmulas que eviten el amenazante ocaso, pócimas mágicas que frenen la deriva que nos acecha en cada viraje del timón de la convivencia.

Menos de una hora ya. ¿Qué nos pasó, lo sabes tú? No hubo cruentas heridas en nuestro campo de batalla. Ni odio, ni peleas, ni apenas discusiones. Nos queríamos, nos queremos, o al menos, quisiéramos querer querernos. No hubo enfrentamientos. Tampoco otros amoríos, otras pieles ajenas que arañasen las nuestras hasta dejar surcos sangrantes de celos y despecho. Nada de eso. Fue apenas un tenue desapego, un hálito de hastío, una furtiva caricia de los tentáculos del desamor. Y de pronto, una mañana, al despertarnos, la sensación de no conocer a quién se levanta a tu lado, de un muro de rencores silenciosos limitando los territorios mutuos, levantando alambradas de espino y soledad en mitad de los pasillos. El amor, como la vida, se escurre por los platos de las duchas, hasta perderse por las alcantarillas del olvido, donde unos operarios con monos antiemoción y botas katiuskas de desapego, lo tratan en las depuradoras de la esperanza, para reciclarlo y servirlo en los seriales de televisión en las voces de actrices rubias teñidas y atildados galanes de cartón piedra. Es el ciclo socioquímico de los sentimientos del que, al parecer, tampoco hemos escapado nosotros. ¿Sabes tú porqué?

Quedan diecisiete minutos para que vuelvas. Tengo que ir terminando ya. Dejaré el escrito y me iré, justo unos instantes antes de que el desplazamiento en círculo de nuestra puerta blindada anuncie tu presencia y, por obvia paradoja, te comunique a ti mi ausencia. Si aún estuviésemos a tiempo, quizá pondría un blindaje de voces y miradas al astuto ladrón de sentimientos que asaltó, en un silencio de años, el hogar de nuestros sueños imposibles. Algún día, imagino, habrá una disciplina en la formación profesional, donde se doctoren cerrajeros en amor, discretos operarios sonrientes que ahuyenten la pálida y helada amenaza de las ganzúas del desprecio. Pero ya será tarde para nosotros, expoliados en silencio mientras compartíamos vajilla y desencuentros.

Ya estás ahí. Desde la ventana que me aísla del mundo, te veo subir los tres escalones hasta la puerta del bloque. Un minuto, queda. Rebuscas, con los dedos nerviosos de quien regresa, el manojo de llaves al fondo de tu bolso, el último regalo que te hice el sanvalentín pasado. Pronto asomarás al vestíbulo, repararás en mi rostro asombrado, en mi cuerpo atenazado que no habrá consumado la huída. Me besarás fugazmente, cómo te ha ido, preguntarás, has escrito algo. Sí, pero no me convence, contestaré mirando desde la distancia, esos folios arrugados sobre la mesa de tus padres. De que iba, preguntarás. Nada importante, contestaré huidizo, trataba sobre el humo del tabaco, mandos a distancia, alcantarillas y puertas blindadas. Seguro que está bien, déjame leerlo, insistirás. No, no vale la pena, responderé mientras estrujo la despedida en papel, no vale la pena. Mañana escribiré algo mejor, aclaro, mientras te miro a los ojos como aquella primera vez, a la puerta del colegio, mañana escribiré una carta donde te diré cuánto te echo en falta mientras no estás, y cómo voy contando hacia atrás las horas y los minutos hasta que vuelves. Eso suena bien, nunca me lo habías dicho desde que éramos novios, volarán tus palabras mientras me besas de nuevo, ahora más despaciosa. Sí, eso escribiré, será mi respuesta y, mirando el reloj, comprobaré que hemos llegado al segundo cero.

Segundo cero. Fin de la cuenta atrás y del olvido. Inicio de inciertas veredas asfaltadas de ilusión. Siempre hay un segundo cero donde algo termina y casi todo puede comenzar. Sobre eso escribiré. Sobre cómo contar hacia delante. Hasta que vuelvas.



Martín de Arranz




HASTA EL AÑO QUE VIENE, DESDE LA UNIVERSIDAD POPULAR OS ANIMAMOS A SEGUIR PARTICIPANDO EN NUESTRAS ACTIVIDADES!!!

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